. El primero de ellos en la objetividad de la verdad.
. El segundo, en la cognoscibilidad de la realidad que nos rodea, lo cual implica que ella está ordenada conforme a la razón.
Sin estas premisas, el proceder de las ciencias empíricas o aplicadas sería un sin sentido, no olvidemos que su método hipotético-probatorio se sustenta en el estudio de patrones que permiten descubrir y enunciar, aun cuando existe un Principio de Incertidumbre, leyes que en su campo de acción van a ser infranqueables en un espectro casi total.
Si el hombre puede, con la inteligencia reflexiva y abstracta que le es propia, acercarse a desentrañar los secretos de la naturaleza que le rodea, del Universo en su conjunto, es porque en el Universo está desplegada y manifestada una racionalidad, una sabiduría, que permite que pueda llegar a ser cognoscible y estudiable.
Sobre esto hay convergencia de criterios, de ahí que se escuchen expresiones como: “la naturaleza es sabia” o “la sabiduría de la naturaleza”. Por eso, la real manzana de la discordia no lo va a constituir la racionalidad o la complejidad manifestada en el Universo en general, o en un organismo vivo en particular, dígase una ameba o un primate, sino la intríngulis de esa racionalidad.
Al respecto hay dos opciones que, aunque matizadas, se pueden definir:
1. La primacía de la irracionalidad, del puro y mero azar.
2. La primacía de una racionalidad, de un orden.
La primera opción es postular como causa primera el azar, es decir, la ausencia de todo vestigio de racionalidad, la ausencia de todo vestigio de orden, para engendrar, por móviles y necesidades anónimas, unos mecanismos de autorganización y autorreplicación, unas leyes infranqueables que, sucediéndose y superándose a sí mismas, tiendan azarosamente no solo al orden, a la legalidad, a la complejidad y al fino equilibrio existente en la na turaleza, sino también a la racionalidad, incluida la inteligencia reflexiva y la civilización.
La segunda opción es postular como causa primera la existencia de una causalidad racional que le imprime al Universo un orden, una legalidad, un equilibrio. Una racionalidad que no puede ser englobada de modo panteísta con la naturaleza misma. Dicho en otras palabras: es postular la existencia de un Logos, de una Sabiduría, de una Razón Creadora, inmanente y trascendente a los múltiples procesos naturales y a la Creación misma. Un “Ser” al que la fe refiere con la palabra “Dios” y que confiesa, no solo como Principio y Causa Primera, sino también como Aquel por el cual el Universo es, y es como es.
Estas dos “opciones” las resume el Papa Benedicto XVI con las siguientes palabras: “O se reconoce la prioridad de la razón, de la Razón Creadora que está en el origen de todo y es el principio de todo (...) o se sostiene la prioridad de lo irracional, por lo cual todo lo que funciona en nuestra tierra (...) sería ocasional, marginal, un producto irracional; (de modo, que) la razón (misma) sería un producto (más) de la irracionalidad (…) En definitiva, no se puede probar (en un laboratorio) uno u otro proyecto, pero la gran opción del cristiano es la opción por la racionalidad y por la prioridad de la razón”.
Menudo tema ha cogido usted, jeje. No diré nada más para no hacer mucho el ridículo. Un abrazo y ánimo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por comentar, no hace usted el ridículo dando su parecer.
ResponderEliminarUn abrazo.