Dios no es «algo» que, junto con otras, cosas pueda ser incluido en un «sistema» homogéneo y conjunto. Decimos «Dios» y pensamos la totalidad, pero no como la suma ulterior de los fenómenos que investigamos, sino como la totalidad en su origen y fundamento absolutos; el ser al que no se puede abarcar ni comprender, el inefable que está detrás, delante y por encima de la totalidad a la que pertenecemos nosotros, con nuestro conocimiento experimental.
La palabra «Dios» apunta a este primer fundamento, que no es la suma de elementos que sostiene y frente a la cual se encuentra, por eso mismo, creadoramente libre, sin formar con ella una «totalidad superior».
Dios significa el misterio silencioso, absoluto, incondicionado e incomprensible. Dios significa el horizonte infinitamente lejano hacia el que están orientados desde siempre, y de un modo trascendente e inmutable, la comprensión de las realidades parciales, sus relaciones intermedias y su interacción.
Este horizonte sigue silencioso en su lejanía cuando todo pensamiento y acción orientados hacia él han sucumbido a la muerte. Dios significa el fundamento incondicionado y condicionante que es precisamente el misterio santo en su eterna inabarcabilidad.
Cuando decimos «Dios», no debemos pensar que todos comprenden esa palabra y que el único problema sea el de saber si realmente existe aquello que todos piensan cuando dicen «Dios».
Muchas veces, Fulano de Tal piensa con esta palabra algo que él con razón niega, porque lo pensado no existe en realidad.
Imagina, en efecto, una hipótesis de trabajo para explicar un fenómeno particular hasta que la ciencia viene a dar la explicación correcta; o imagina un coco hasta que los propios niños caen en la cuenta de que no pasa nada si se comen las golosinas.
El verdadero Dios es el misterio absoluto, santo, al que sólo cabe referirse, en adoración callada, como al fundamento silenciosamente abismal que lo fundamenta todo: el mundo y nuestro conocimiento de la realidad. Dios es aquel más allá del cual, en principio, no se puede llegar, porque, aun en el caso de haber descubierto una «fórmula universal» –con la que, de hecho, ya no habría nada más que explicar–, no se habría llegado con toda seguridad más allá de nosotros mismos; la propia fórmula universal quedaría flotando en la infinitud del misterio precisamente en cuanto comprendida.
La palabra «Dios» apunta a este primer fundamento, que no es la suma de elementos que sostiene y frente a la cual se encuentra, por eso mismo, creadoramente libre, sin formar con ella una «totalidad superior».
Dios significa el misterio silencioso, absoluto, incondicionado e incomprensible. Dios significa el horizonte infinitamente lejano hacia el que están orientados desde siempre, y de un modo trascendente e inmutable, la comprensión de las realidades parciales, sus relaciones intermedias y su interacción.
Este horizonte sigue silencioso en su lejanía cuando todo pensamiento y acción orientados hacia él han sucumbido a la muerte. Dios significa el fundamento incondicionado y condicionante que es precisamente el misterio santo en su eterna inabarcabilidad.
Cuando decimos «Dios», no debemos pensar que todos comprenden esa palabra y que el único problema sea el de saber si realmente existe aquello que todos piensan cuando dicen «Dios».
Muchas veces, Fulano de Tal piensa con esta palabra algo que él con razón niega, porque lo pensado no existe en realidad.
Imagina, en efecto, una hipótesis de trabajo para explicar un fenómeno particular hasta que la ciencia viene a dar la explicación correcta; o imagina un coco hasta que los propios niños caen en la cuenta de que no pasa nada si se comen las golosinas.
El verdadero Dios es el misterio absoluto, santo, al que sólo cabe referirse, en adoración callada, como al fundamento silenciosamente abismal que lo fundamenta todo: el mundo y nuestro conocimiento de la realidad. Dios es aquel más allá del cual, en principio, no se puede llegar, porque, aun en el caso de haber descubierto una «fórmula universal» –con la que, de hecho, ya no habría nada más que explicar–, no se habría llegado con toda seguridad más allá de nosotros mismos; la propia fórmula universal quedaría flotando en la infinitud del misterio precisamente en cuanto comprendida.
Es un genial fragmento de La gracia como libertad, 20-21, del gran teólogo Karl Rahner.
Por una vez comprendí bien un texto profundo de los que publicas.
ResponderEliminarCuando estudíe Religión en el colegio, una de las ideas que más vértigo me daba (y que está muy presente en este texto de Rahner) era que Dios no es como somos los demás, Dios no es como un árbol o como el mar o como yo, su "ser" es algo distinto, no condicionado, que nosotros no podemos ni intuir.
Este párrafo lo desarrolla muy bien, muy claro, está muy bien.
¡Fernando, pues no sabes cuánto me alegra leer eso!
ResponderEliminarEfectivamente, Dios es inabarcable, lo numinoso, lo Otro.
Por eso la Teología suele ser "apofática" (hablar de lejos). Utilizamos la analogía (Dios es Padre, Rey, etc...) pero siempre teniendo en cuenta que es mayor la desemejanza que la semejanza.
Es claro que algo podemos hablar de Dios, pero ese algo debe ser siempre purificado con el estudio de las Sagradas Escrituras y los distintos saberes humanos, teniendo en cuenta que es Jesús el criterio hermeneutico supremo.
Incluso en el cielo, cuando gocemos de la visión beatífica y estemos unidos a Dios (si Dios quiere, jeje) nos será imposible abarcarlo y comprenderlo (¡no dejamos de ser criaturas!), es por ello que la imagen del Hijo como Vicario del Padre es esencial, incluso en la gloria.
En fin, no me atrevo a añadir nada más porque Rahner lo expresa maravillosamente.
Quizáz algún día escriba un post sobre las distintas imágenes de Dios porque, muchas veces, ese dios en el que no creen la mayoría de los ateos es un dios en el que tampoco creo yo. No es el Dios cristiano.
Andy: Estoy algo preocupada. No me entran tus entradas.
ResponderEliminarTengo al Santísimo en directo en mi blog. ¿Que te parece?.
Un abrazo
¡¡¡Vuelve, Andy, please!!!
ResponderEliminarCapuchino, Fernando, muchísimas gracias por pasaros, por acordaros de mí.
ResponderEliminarEstos días estoy liadísimo, con facultad durante el día y en el hospital con mi sobrina por la noche.
De todas formas, prometo hacer un hueco en estos días para actualizar y retomar el ritmo bloguero.
¡Aunque no os estoy escribiendo estos días os estoy leyendo! Prometo también dejaros algo por escrito en vuestros blogs.
Un abrazo grande a los dos.
PD: Capuchino... es un honor inmensísimo tener al Santísimo en directo. Te felicito por la idea, es maravillosa.