martes, 10 de agosto de 2010

La fe se caracteriza porque es libre, cierta, oscura y, sin embargo, luminosa.

Hemos llegado al penúltimo post del ciclo sobre la fe:

"La demostración de la verdad intrínseca del contenido de la fe no significaría la fundamentación de la misma, sino su aniquilamiento". Esta lúcida expresión de A. Lang pone de manifiesto la importancia de que la existencia de Dios y la verdad de Jesucristo no se impongan al hombre por su evidencia intrínseca, pues donde no hay libertad, tampoco hay posibilidad de amor, de confianza y de otras relaciones personales.

El hecho de que Dios no se imponga, sino que sólo se nos dé a conocer con certeza moral, explica por qué somos libres de acoger o rechazar la fe en Dios, que es oferta divina de amistad y regalo gratuito. La libertad de la fe quiere decir que nadie ni nada nos la impone. Como hemos visto anteriormente, creer en Dios- al igual que creer en un amigo- es confiar en Él y ponerse en sus manos, aceptando el mensaje de Jesucristo. Y sabemos que la confianza es un acto de libertad y una forma de amor.

Esto significa que la fe, en su fundamentación personal última, depende de la voluntad y no de la inteligencia (por eso los que me conocen saben que siempre ando diciendo que es principalmente un acto volitivo), por lo que es esencialmente libre: creemos porque optamos por creer. Contamos con la ayuda de la gracia, pero la decisión última depende de cada uno. Es verdad que tenemos serias razones para tomar esta decisión, pero ninguna de ellas es tal que nos obligue por su evidencia. Con palabras de Santo Tomás:

"La fe implica asentimiento del entendimiento a lo creído. Mas de dos maneras asiente el entendimiento: una, siendo movido por el objeto mismo, el cual es conocido, bien en sí mismo como en los primeros principios sobre los que versa el entendimiento; o bien es conocido por otro, como en las conclusiones de la ciencia. De otro segundo modo asiente el entendimiento, no porque sea suficientemente movido por el propio objeto, sino que se inclina voluntariamente a una parte más que a otra por cierta elección. Tal asentimiento, si es con miedo y duda de la otra parte, constituye la opinión; y fe, si con certeza y sin temor". S. Th. II-II, q. 2,a.9, ad 3

Al mismo tiempo que una decisión libre, la fe goza ,sin embargo, de absoluta certeza. Pero conviene dejar muy claro que dicha certeza no elimina las dificultades ni las preguntas, que son muy diferentes de la duda. En todo caso, la certeza no depende del entendimiento, sino de la voluntad: de la decisión personal, ayudada por la gracia. El fundamento último de esta certeza es la relación personal de amistad con Aquel de quien nos hemos fiado. Y esto quiere decir que un gran número de problemas relacionados con la fe tienen su origen, más que en el entendimiento, en una voluntad y en un trato amistoso que se ha ido debilitando.

Al no ser resultado de la evidencia de la razón sino fruto de una decisión libre de la persona, la fe tiene siempre una gran dosis de oscuridad. Sabemos y decimos que es esencialmente oscura, tanto por el origen de la decisión, que no es la evidencia de los primeros principios ni de las conclusiones indudablemente ciertas, como por el objeto sobre el que versa: el Misterio infinito de Dios; y porque la existencia nos plantea muchas cuestiones nada fáciles a la hora de practicar la fe y de llevar a Dios a la vida diaria. Pero tal oscuridad, lejos de identificarse con la duda de quien no termina de fiarse, se parece más bien al deslumbramiento que provoca en nosotros el exceso de luz. Igual que nos sucede cuando miramos de frente al sol de media mañana.

Sin embargo, y a pesar de esta oscuridad intrínseca, es ella misma una luz que nos permite ver mejor: es luminosa. Como dice H. Fries, refiriéndose a la fe simplemente huamana:

"La fe aquí descrita es un conocimiento, en el sentido eminente de la palabra. La fe, como el amor, no ciega sino que hace ver. El conocimiento posibilitado por la fe se realiza cuando se trata de conocer a la persona. Sin fe, la persona y su mundo específico permanecen cerrados e inaccesibles. Pero también está claro que la fe como instrumento epistemológico no tiene sitio ni justificación alguna en el terreno de las ciencias naturales, la matemática (... ) En este sentido, un rechazo de la fe no representa precisamente una liberación para el conocimiento, sino una pérdida del mismo, o al menos una merma de las posibilidades cognoscitivas y, en concreto, de aquellas que son de extraordinaria importancia para el hombre como persona, para su vida: más aún, que son de un alcance existencial. Ningún hombre, y menos aún una sociedad o comunidad, podría vivir humanamente sin fe".


Por su parte, J. A. Paredes piensa que no nos excedemos si cuanto afirma este autor de la fe humana sin más, lo referimos a la fe cristiana. Entonces nos resultará más fácil comprender por qué los primeros cristianos denominaban al bautismo el sacramento de la iluminación, y por qué los Padres de la Iglesia hablaban de "los ojos de la fe".

2 comentarios:

  1. Querido Gatete, es muy de agradecer su esfuerzo por ilustrarnos en esta materia. Creo que ha quedado bastante bien explicada, dado el estado actual de la cuestión. Actual... y futuro, al menos hasta el día de la Resurrección de los Muertos (y no me refiero a los zombis nazis ésos del cine).

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  2. Y es muy agradecer su esfuerzo por leer pacientemente lo que pongo, muchas gracias.

    Jajaja, ¡muy bueno lo de los zombies nazies!, verdaderamente ya no saben qué sacar...

    Un abrazo

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