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lunes, 9 de enero de 2012

Mi pequeña





 

Decido escribiros  para contaros, con mucho pesar, las novedades con respecto a mi sobrina. En primer lugar, daros a todos y cada uno las gracias por vuestra cercanía, amabilidad y oraciones. Os aseguro que vuestra fuerza nos está ayudando muchísimo a soportar esta cruz. Creedme que cada oración, cada palabra de ánimo, aligera nuestro peso.

 Con respecto al estado de la cuestión, por lo visto la cosa está peor de lo que parecía. Después de Nochebuena comenzó a ponerse malita, pensamos que podría ser un virus, pero su decaimiento no se debe a un cuadro vírico, sino al cáncer. Según las resonancias que le han practicado, el tumor no ha desaparecido... parece ser que el tratamiento radioterápico en Madrid no ha surtido efecto, pues el tumor sigue creciendo. Con todo, habrá que esperar a la resonancia de final de este mes para confirmar estos terribles datos.

Mientras tanto, le han vuelto a poner corticoides (antiinflamatorios) para que se sienta mejor y, gracias a ellos, volvió a ser ella misma. Igual de feliz y habladora aunque, la verdad, ahora vuelve a decaer. Lo tristísimo es que no hay cura, según nos han comentado. No pueden ponerle ya ningún tratamiento que de un resultado efectivo.


Desde que tenía 6 meses de vida hemos estado luchando a brazo partido contra el cáncer. Varias veces estuvo a punto de irse, una de las cuales mi hermana, en un acto de profunda madurez y recogimiento, le dijo a Dios que estaba en sus manos, que se la llevara si no iba a salir adelante... que sólo saliera de allí si tenía posibilidades de curarse. La niña salió, y nos ha dado 2 años y medio de mucha felicidad, y también de prueba y temor. Con todo, la fuerza que había demostrado al aferrarse a la vida, siendo tan pequeña, nos había dado esperanzas de victoria. Finalmente el cáncer parece ganar la batalla... Sólo me consuela saber que, el tiempo que le quede de vida, vamos a hacerla la niña más feliz del mundo. No sabemos cuánto será, si un mes, dos, cuatro... Pero intentaremos vivir al día, pues si pensamos en lo que está por venir nos volvemos locos.

No os voy a engañar. Tengo un frío que no se me quita, viene de lo más profundo de mi alma. Estoy absolutamente destrozado. Lo único que me consuela es mi fe en la Resurrección de Cristo, el pensar que, el día que ella se vaya, irá a un lugar en el que estará a salvo del cáncer que lleva acosándola desde los seis meses de vida. Lo único que puede darme paz es pensar que, cuando termine mi peregrinar en este mundo, me reuniré con ella, porque sé que me estará esperando. Si no pensara esto no podría vivir, porque con ella se va a ir lo mejor de mí, parte de mi vida. Creedme que, si pudiera, me cambiaba por ella. Pero no puede ser.

Rezad por ella, para que no sufra lo que le quede... y por mi familia, para que el Señor nos dé la fuerza de soportar esta cruz todos juntos, sin olvidar que, tras ella, se encuentra la gloria de la Resurrección.

Una vez más, muchísimas gracias a todos. Lamento no disponer del tiempo que merecéis para escribiros. Con todo, me paso por vuestros blogs en algún hueco que tengo para despejarme. Prometo retomar el ritmo pero, de momento, me será imposible.
Que el Señor tenga en cuenta todo el amor y cuidado que me dedicáis en estos días, pues sólo Él podrá agradecéroslo como os  lo merecéis. GRACIAS.

martes, 27 de diciembre de 2011

Os pido oraciones




 Beato Juan Pablo II, ¡intercede por mi sobrina y por todos los niños que padecen esta enfermedad!


 

Mi sobrina está malita. No tiene apetito, vomita, sólo quiere dormir, está como sin fuerzas... La han ingresado en el hospital para hidratarla y hacerle pruebas. Probablemente sólo sea un virus pero, como su caso es especial, hay que tenerla vigilada y ver qué ocurre. No se puede bajar la guardia con el cáncer.

Mi hermana y mi cuñado lo están llevando con mucho ánimo, cosa que me consuela mucho, ya que no podéis imaginaros lo triste que es tener que estar ingresados en el hospital en estas fechas.

Ruego, por tanto, que alcéis vuestras oraciones por ella. Bombardead el cielo con vuestras súplicas por mi sobrina.

Ese quiero que sea mi regalo de Reyes, el único. Que ella se ponga bien.

Muchas gracias hermanos.

martes, 8 de noviembre de 2011

Mi sobrina

Lo prometido es deuda. Os dije que pondría alguna foto en cuanto mi cuñado me las diera.






Ahí tenéis a la peque, arrodillada en el Santuario de santa Gema, en Madrid. Como os dije, ella solita se pone así cada vez que entramos en una iglesia.

Una vez más, os agradezco de todo corazón que la tengáis presente en vuestras oraciones. Estoy convencido de que buena parte de la fuerza que saca para vencer a la enfermedad la recibe de vuestras oraciones.

Nunca os lo agradeceré suficiente, no sólo por vuestras oraciones, sino por vuestro apoyo y cercanía. Que el Señor os bendiga, pues como Él mismo dice, "en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mt 25, 31 ss)

jueves, 16 de diciembre de 2010

Reflexión sobre Dios y el sufrimiento.

En clase de Misterio de Dios se nos pidió que hiciéramos una pequeña reflexión sobre Dios y el sufrimiento basándonos en una experiencia personal. Pues bien, he pensado compartirla con todos vosotros, para intentar aportar "algo" de luz ante una realidad que a todos nos toca, el sufrimiento.

Les ruego a todos que sean misericordiosos en sus juicios, recuerden que soy un simple estudiante y, por lo tanto, soy prácticamente un ignorante. Seguro que sabrán atenuar mis muchos errores con vuestra caridad.

Aquí comienza:




Se nos pide que hagamos una pequeña reflexión sobre el tema del sufrimiento y Dios basándonos en una experiencia personal. Debido a esto, considero que no es el momento ni el lugar de hablar del mal en general, físico y moral, sino que creo oportuno comenzar sin más dilación a narrar mi experiencia personal a este respecto.

El 3 de mayo del 2009 mi hermana tuvo una niña preciosa. Ese fue un día de gran alegría que, sin duda, duró por muchos meses. La llegada de mi primera sobrina supuso para mí un acontecimiento nuevo e ilusionante y, debido a que vivimos juntos, también me reportó una cierta experiencia de paternidad, por decirlo de algún modo, llena de cambios de pañales, momentos duros, pero muchos muy alegres y memorables.
Al cumplir los 6 meses, una noche que yo volvía de clase de Teología, la niña comenzó a ponerse enferma, a vomitar y, lógicamente, todos nos pusimos nerviosos y decidimos llevarla al hospital. Con todo, en ningún momento nos imaginamos ni remotamente lo que estaba a punto de venírsenos encima. Al llegar al hospital, la niña comenzó a ponerse peor y llegó a perder el conocimiento. En ese instante, dejamos de pensar que se trataba de un simple resfriado y comenzamos a preocuparnos muy seriamente. Dicha seriedad se convirtió en una losa insoportable cuando nos comunicaron que la niña había entrado en coma y se le había detectado un tumor cerebral. Esa fue la peor noche de mi vida, casi no podía parar de llorar. 
A partir de ahí se sucedieron unos meses horribles, un auténtico calvario de operaciones larguísimas, de noches en la UCI, de momentos de colapso, pero también se sucedieron momentos luminosos y de recuperación. A lo largo de todo este camino nuestra fuerza ha sido el Señor. En medio de todo el sufrimiento y el horror nuestra esperanza se mantuvo firme en Él y, para mi sorpresa, pude ver como mi hermana dejó de ser una niña para convertirse en una mujer muy madura, que serenamente se abrazaba al Sagrario de la capilla del hospital pidiendo fuerza y ayuda.
No han faltado en esos momentos los que me preguntaban, ¿y dónde está Dios? A mí no me salía otra respuesta más que decir, Dios está en la cuarta planta, recibiendo en estos momentos quimioterapia. Dios está en todas aquellas personas que nos han ayudado, que han velado noches con nosotros en el hospital, que nos han traído algo caliente en las noches más duras, en las monjas y sacerdotes que se han acercado a ver a la niña, en todos los que han rezado por ella, en los médicos que la han operado… en la misma niña. En efecto, allí está el Señor, en ella he podido contemplar y venerar el cuerpo sufriente de Cristo en la cruz. Sí, Cristo se crucificó con el tumor de mi sobrina.
A día de hoy la niña ha mejorado espectacularmente, hasta el punto de que el pequeño residuo tumoral que era inoperable le ha desaparecido casi por milagro. En estos momentos, y gracias a tan sorprendente mejoría, estamos ya por fin a punto de acabar con sus ciclos de quimio, que en total son 32 dosis de quimioterapia de distinta duración cada 15 días.
La mitad de esos ciclos, hasta el presente, soy yo el que se queda con mi hermana y mi sobrina por las noches en el hospital, ya que mi cuñado trabaja muy temprano. Fíjese, es curioso, desde pequeñito siempre he querido ir a Tierra Santa, pero hoy puedo decir que cada 15 días viajo allí y acampo en el calvario, junto al Señor, porque le están poniendo quimioterapia.
En todo este proceso lo que nos ha sostenido es la confianza en Dios, nuestro Abbá. Su amorosa presencia ha sido para nosotros luz entre tanta oscuridad. Nuestra fe en la Resurrección de Jesús nos ha sostenido en toda la noche del Getsemaní, puesto que ella es la victoria definitiva de Dios sobre el mal, es la palabra de consuelo que nos da Dios: Hijos, no temáis, el dolor y la muerte no tienen la última palabra, el final no es la cruz.
En este sentido, es muy interesante lo que nos dice el teólogo T. Queiruga , “en la totalidad de lo real, el mal tiene desde siempre perdida la batalla”[1]. El hecho de ser seres contingentes implica finitud. La vida misma, la actividad de la materia, supone el desgaste de los organismos vivientes y finalmente la muerte. Todo ello forma parte del fino equilibrio del conjunto de lo real. Lo que nos dice la fe es que tras esos “dolores de parto”[2] Dios nos dará a luz a la vida sin término, y es que con la Resurrección de Cristo la materia misma, fruto de la evolución cósmica, se encuentra glorificada en el seno de la Trinidad. 
Nosotros esperamos pasar por donde pasó Él, esperamos morir y resucitar con Jesús. Nuestra resurrección es la que libra al universo entero de la futilidad, de la destrucción a la que está abocado según los físicos, de la servidumbre al mal de la que nos habla Pablo, puesto que en el plan de Dios el hombre en su totalidad, materia y espíritu, está llamado a participar de su misma Vida divina y salud, ya que somos herederos de Dios y coherederos de Cristo, sufrimos con Él y esperamos ser glorificados con Él[3]
Conforme a lo que he ido exponiendo, podemos entender el sentido de Romanos 8,18 “estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros”
De este modo vemos que las realidades del sufrimiento, el mal y la muerte son iluminadas, son vencidas y, por tanto, el dinamismo de la esperanza está garantizado aún en las terribles noches oscuras de la vida. Fuera del Evangelio de Cristo estas mismas realidades se presentan como muros infranqueables, como terribles monstruos que amenazan a ese ser humano que no sólo es polvo de estrellas contemplando estrellas, como decía Carl Sagan, sino polvo de estrellas racionalizando a las estrellas.
En efecto, este ser racional, este homo viator que peregrina en pos del Bien, la Verdad, y la Belleza, está llamado, por pura gracia de Dios, a superar el mal y las limitaciones propias de las realidades finitas, está llamado a participar de la Vida que no acaba, pues este Dios ,que hasta conoce cuántos son los cabellos de nuestra cabeza[4] nos acompaña siempre, no es una deidad impasible y distante contra el que el hombre, con toda razón, puede alzarse en rebeldía ante las realidades del sufrimiento y la muerte ya que éste no las conoce sino que, por el contrario, nuestro Dios ha pasado por la realidad de sus criaturas, nos ha acompañado y ha experimentado lo que significa recorrer esta travesía tan hermosa y terrible que es la vida, cargada de alegría y luz, pero también de sufrimiento y muerte.
Al enfrentarnos a estas realidades terribles nunca debemos perder la esperanza y la confianza en Dios y, lo más importante, debemos recordar que Dios es Todopoderoso sí, pero también “Todoamoroso”, y esa omnipotencia en el amor le hace “vulnerable”, puesto que el amor es entrega, donación al otro, es riesgo, exposición a la alegría, pero también al sufrimiento.
Por último, sólo me resta decir lo siguiente. En relación a lo que he afirmado un poco más arriba, podemos decir que nuestro Dios es compasivo, con-sufriente, no quiere el sufrimiento de sus hijos, recordemos lo que nos dice Jesús sobre el Juicio Final. En dicho Juicio no nos preguntará cuántas veces hemos ido a misa, cuántos rosarios hemos rezado, cuántos son nuestros títulos y honores, cuántas nuestras carreras. Se nos preguntará qué hicimos con el hermano que sufre, qué hicimos para hacer retroceder al mal, en definitiva, cuánto amamos.
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos.
Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: 'Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y acudisteis a mí.'
Entonces los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?'
Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25, 31 ss)


[1] T. Queiruga, Creo p.142
[2] Rom. 8, 22
[3] Rom 8, 17
[4] Mat 10,30