miércoles, 11 de agosto de 2010

El objeto central de la fe confesante

Y llegamos al último post del ciclo sobre la fe.


Cuando confesamos nuestra fe, especialmente en el Credo de la misa, puede dar la impresión de que profesamos un conjunto de doctrinas yuxtapuestas y con escasa relación entre sí. Sin embargo, es todo lo contrario: nuestra fe es cristológica y trinitaria. Confesamos que en la persona histórica concreta de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, Dios se ha hecho presente en nuestra historia. En Él y en ninguno más. "Al llegar la plenitud de los tiempos, dice San Pablo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4,4). "A ese Jesús Dios le resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos" (Hch 3, 32).

Por medio de Jesucristo se nos ha revelado en plenitud el Padre (cf Jn 17, 6-8) y se nos ha dado el Espíritu, que nos lleva a la verdad y nos acompaña en nuestro caminar histórico (cf Jn 16, 5-15). De ahí que nuestro Credo tenga una estructura trinitaria: creo en el Padre, creo en el Hijo y creo en el Espíritu Santo. Es importante dejar muy clara la síntesis central de la fe, para que, como dice Ardusso, no se disperse nuestra atención en verdades periféricas pues:

"Un observador externo podría tener la impresión de que el contenido de la fe consiste en una mera acumulación de objetos y verdades de fe, puestas en fila una tras otra, como perlas engarzadas en un hilo. De ahí la exigencia, particularmente sentida en nuestros días, de descubrir `la única palabra en los muchos dogmas´, a fin de impedir que `los árboles dogmáticos´ impidan ver el bosque de la fe".


Y para concluir permítanme que traiga unas palabras de Martín Velasco que creo sintetizan muy bien lo que es la experiencia creyente:

"La vivencia de la experiencia (religiosa) comporta en la zona de las emociones y los sentimientos: alegría y padecimiento; exultación y serenidad; entusiasmo que saca de sí y reconciliación interior; sobrecogimiento y fascinación; respeto reverencial y amorosa intimidad; seguridad absoluta y exposición al máximo riesgo; sentimiento de plenitud y radical vaciamiento; sentimiento de indignidad y autoestima agradecida... Reflejarían, pues, la condición `pascual´de toda experiencia de Dios que exige del hombre atreverse a perder su vida para salvarla".

Muchas gracias a todos.

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