La verdadera experiencia de Dios es, como el amor mismo, difícil de describir con palabras, por ello voy a poner un pequeño ejemplo de lo que puede ocurrir en oración.
¿No os ha pasado alguna vez el estar sentados y que, por detrás, se acerque sin hacer ruido la persona amada, querida, cercana? ¿No habéis sentido su presencia? Es ese un momento verdaderamente mágico. Aún no te has girado para ver, ni esa persona te ha dicho nada, pero sientes que está ahí, justo detrás tuya. Es una experiencia real y profunda. Santa Teresa decía que era como estar de espaldas al sol, con los ojos cerrados, pero sintiendo su calor, su “lumbre”, sentir su presencia.
Os voy a poner un caso sacado del librito Experiencia mística y psicoanálisis, de Sal Terrae, que lo explica infinitamente mejor. Se trata de la experiencia tenida por un sujeto que, permaneciendo largo tiempo en una situación de aridez y dispersión en su vida de oración y habiendo llegado a aceptar sin particular avaricia espiritual y sin aspavientos la suerte que le tocaba, nos relata la experiencia que tuvo lugar, hace ya treinta y siete años, y que no ha vuelto a repetirse en su vida:
Cuando menos lo esperaba, a última hora de la tarde del 5 ó 6 de diciembre de 1961, durante la oración, sentí que se hacía presente. Nada de visiones ni de música celestiales, sino la intensa sensación de su presencia personal, de la que no cabía dudar. Y con esa presencia, una íntima conciencia de finitud radical ante su rotundidad desbordante. De manera espontánea, desde el pequeño banquillo en que oraba deslicé las rodillas hasta el suelo y me incliné hasta casi poner la frente en tierra, en un gesto elemental de adoración. Pero no había ningún matiz sobrecogedor. Todo lo contrario. Me envolvía una serena sensación de gozo colmado, luminoso, armónico, en presencia de Alguien a quien había buscado y esperado mucho tiempo, que se me comunicaba sin palabras. Mis posibles reivindicaciones se habían desvanecido; era un absoluto regalo al que nunca había tenido derecho. Sólo sentía agradecimiento ante aquella experiencia estimulante de amor y plenitud.
No creo que durase mucho tiempo. Pero aquella experiencia permanece en mi recuerdo como un hito en mis relaciones con Dios, que, como las de cualquier creyente, suelen discurrir entre el desconcierto y la esperanza.
Yo busco esa experiencia que espero tener algún día.
ResponderEliminarun abrazo
hola, paso a saludarte y desearte una Santa navidad. Mi teimpo no me permite visitarte con más frecuencia, pero quiero que sepas que oro por ti.
ResponderEliminarReferente al post, te dire que una experiencia mística se puede desear como no!!, pero el Dios que te la da, puedes desearla toda la vida y no concederse.
Toda experiencia mística desemboca el un amor desbordante, la persona se va trasformando poco a poco a semejanza de Cristo, nunca te deja sin hacer nada y no esperas volverla a tener. Ese es el signo más evidente de que es de Dios.
recibe mi ternura
Sor.cecilia
¡Ay Andy! ¡Quién pudiese tener esas maravillosas experiencias! Pero para ello habría que ser santo y eso está tan lejos...
ResponderEliminarMe encanta que pongas estas entradas. Son esperanzadoras.
Me alegro estar aquí saludándote y enviándote un abrazo de pleno Adviento.
Oremos, acerquémonos al Señor, deseémoslo y pidámosle no ofenderle nunca, así lo tendremos, por lo menos, un poquito contento.
A mi me pasó una cosas "rara" al pasar a saludar corriendo al Santísimo en el colegio. Debe de haber durado pocos segundos, pero jamás lo he olvidado ni se ha repetido. Una paz indescriptible e inefable. Yo tendría unos 13 años.
ResponderEliminarDebo ser un poco frívolo, porque nunca he tenido ese tipo de experiencias. Sé que Dios existe y lo recuerdo inmediatamente al ver un amanecer, un atardecer u otras maravillas de la Naturaleza, pero sentir su cercanía física, como explicas en tu post, eso no.
ResponderEliminarSi acaso, alguna vez excepcional, en la Consagración, una especie de mareo, al ser consciente (excepcionalmente) de la grandeza del momento. Pero lo otro no.
Mar, el que busca encuentra ;)
ResponderEliminarSor Cecilia, no te preocupes, con que me visites de vez en cuando me conformo. Qué acertado es lo que dices... la verdadera experiencia mística desemboca en el amor, un amor que se entrega al Otro y a los otros, que no se reserva.
C., en la oración tenemos que entrenarnos, porque verdaderamente es costoso llegar a un estado receptivo. Pero para eso tenemos grandes maestros, como nuestra querida santa Teresa, para que nos ayuden un poquito. Que el Señor te bendiga.
AleMamá, me alegra muchísimo que tuvieras una experiencia así. Que el Señor te conceda de nuevo esa paz inefable.
Fernando, no es que seas frívolo, es que cuesta. La oración exige mucho ejercicio. Yo, lo confieso, consumo mucha "oración basura", (como la comida), rápida y mal hecha :S
Con un ritmo tan acelerado es difícil estar perceptivo... pero además, no todo es estarlo, recordemos que el sentirlo es un regalo.
Muchas gracias a todos.
Sigo buscando
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