jueves, 8 de julio de 2010

Qué se entiende por creer en el lenguaje religioso

Continuamos con el ciclo de post sobre la fe, este es el segundo.

Comencemos:

Cuando se realizan sondeos sobre si se cree o no se cree en Dios, nos encontramos con muchas dificultades al interpretar los datos obtenidos. Lo habitual en nuestra sociedad es que la mayoría de personas se declare creyente, pero aquí nos encontramos con un problema, el significado mismo del verbo "creer". Se trata de una palabra - y de un concepto- con un campo semántico muy amplio e impreciso. (7)

Creer no se limita a sospechar


Podemos comenzar el análisis del término creer por su significado débil, que viene a coincidir con "sopecho con algún fundamento"; "no acabo de estar seguro, pero parece lo más verosímil". Es lo que probablemente tratan de decir muchas personas cuando afirman que creen en Dios pero que no practican. Sospechan con mayor o menor base que tiene que haber "Algo" o "Alguien" que sea el fundamento último de todo lo real y que permita que el mundo funcione bastante ordenadamente. Tal vez, más que de una fe, tendríamos que hablar de un "no saber". Su actitud se diferencia del saber científico como se diferencia lo no seguro ni fundado de lo que se sabe con total seguridad; lo no comprobado suficientemente de lo fundado y comprobado con rigor. Es un creer que no compromete a nada ni tiene consecuencias importantes sobre la vida y los comportamientos de la persona. Por eso suelen añadir en seguida que "no practican", aunque sí rezan algunas veces. Nosotros vamos a prescindir de este significado cuando hablemos de la fe o de creer en Dios.


Creer como acto de confianza en el otro


El término en cuestión también puede significar el acto de confiar en alguien con mayor o menor firmeza: creo en ti, me fío de ti. Se trata de un acto originario de la persona, en el que participa ésta con todo su ser: corazón, voluntad e inteligencia. Es el acto mismo por el que la persona se entrega al otro y se pone confiadamente en sus manos. Es fruto de un encuentro entre personas, que se inscribe en la profundidad de las relaciones interpersonales y que se mantiene vivo y siempre abierto. Es la fe personal.


Creer como aceptación de lo que el otro me dice


La fe personal - yo creo en ti, me fío de ti - es también una fuente de conocimiento, pues precisamente porque me fío de ti, creo lo que me dices. Es decir, que a la fe personal la suele acompañar siempre la fe afirmativa, por la que acepto como verdadero lo que me dices. Y, además, lo que me dices es el único camino seguro de que dispongo para saber lo más íntimo de ti y para conocerte con profundidad, pues si me faltara la fe en ti y en lo que tú me dices, tu intimidad profunda me resultaría inasequible. Desde fuera, con ayuda de los diversos test, de los análisis y de las observaciones, puedo reunir muchos datos valiosos, pero tu ser más profundo y tu verdadera grandeza me quedarían siempre ocultos. Y difícilmente podré seguir confiando en ti y creyendo en ti, si no te conozco y si tú mismo no ejerces el acto de confianza de revelarme tu intimidad.

En el campo teológico se suele hablar de la fe subjetiva (la fides qua de los escolásticos) y de fe objetiva ( la fides quae). La fe subjetiva parte de la que hemos llamado fe personal, de la confianza que tenemos en alguien, y se prolonga en la fe que hemos llamado "afirmativa", en la aceptación de lo que nos dice el otro presisamente porque nos lo ha dicho él.
El Vaticano I resaltaba el aspecto afirmativo de la fe subjetiva diciendo:


"Es una virtud sobrenatural por la que, con inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas, percibidas por la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que la revela" (8)

Sin embargo, la dimensión personal de la fe como confianza y entrega confiada está muy subrayada en los Padres de la Iglesia y en los autores medievales. San Agustín, tras haber insistido en la necesidad de acoger la doctrina de Jesús - en la necesidad de creer lo que Jesús nos dice- añade enseguida que no basta creerle sino que hay que creer en Él; y creyendo, hay que buscarle amorosamente al creer, hay que ir a su encuentro. En este contexto se pregunta:

"¿Y qué es creer en Él? Amarle, ir a su encuentro creyendo, incorporarse a sus miembros... No se trata de una fe cualquiera sino de la fe que actúa por el amor. Exista en ti esta fe y comprenderás la doctrina". (9)


También San Cirilo de Jerusalén subraya lo que hemos denominado fe afirmativa cuando dice que es:

"Una fe, por la que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades". (10)


Sin embargo, pone de relieve la que hemos llamado fe personal, al decir de ella que es una fe:


"Capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana... Es de esta fe de la que se afirma "si fuera vuestra fe como un grano de mostaza". Porque así como el grano de mostaza, aunque pequeño, está dotado de una fuerza parecida a la del fuego y, plantado aunque sea en un lugar exiguo, produce grandes ramas..., así también la fe cuando arraiga en el alma, en pocos momentos realiza grandes maravillas". (11)


Es la misma línea de pensamiento que seguirá San Buenaventura, para quien la fe - él se centra en la fe personal- es fundamentalmente un proceso afectivo y una experiencia cálida de Dios, que te permite entender y aceptar la verdad de Dios y del hombre:


"No crea nadie que le basta la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la circunspección sin el regocijo, la pericia sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, el espejo sin la sabiduría inspirada por Dios". (12)


La dimensión afirmativa de la fe ha sido la más resaltada a partir de Trento y a lo largo del siglo XIX, frente a la fe fiducial de Lutero. En el diálogo y las disputas con el deísmo, con el racionalismo y con la ciencia incipiente, la Teología se esforzó en presentar la fe como un conocimiento sólido y fiable, basado en la autoridad de Dios que nos lo ha revelado.
Simplificando mucho, los catecismos venían a decir que tener fe es "creer lo que no vemos". Se nos pedía el asentimiento de la razón a las verdades de la fe, a los dogmas. Pero el "asentimiento intelectual" a las verdades confesadas resultaba frío y "sin unción". Por ello, el Vaticano II se hizo eco de toda una línea de renovación teológica, que arranca del cadernal Newman y debe mucho a los teólogos Rousselot y Mouroux y al filósofo Blondel. En ella se vuelve a unir ambas dimensiones, la personal y la afirmativa, como aspectos inseparables del mismo acto de creer cristiano. Con palabras de la Constitución sobre la Divina Revelación del Vaticano II:


"Por la fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece "el homenaje total de su entendimiento y de su voluntad", asintiendo libremente a lo que Dios revela" (13)


La fe objetiva (fides quae), por su parte, es el contenido de la fe, que se condensa en el Credo que confesamos y constituye la base doctrinal permanente, en la que se han explicitado las verdades básicas de la Revelación: Creo en Dios Padre, creador; creo en Jesucristo, muerto y resucitado, salvador; creo en el Espíritu Santo, santificador.

Concluyendo, podemos decir que la fe de la que vamos a hablar no tiene nada que ver con ese sentido débil de "no saber", de "sospechar con algún fundamento". Cuando hablamos de fe en Dios nos referimos a un encuentro personal y siempre abierto con el Padre,por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es un encuentro que se renueva sin cesar y que nos impulsa a entregarnos a Dios, llenos de confianza (credere in Deum); a escucharle, aceptando como verdadero cuanto nos ha revelado (credere Deo); y a confesar el Credo (credere Deum).
Lejos, pues, de ser una sospecha fundada, la fe es un encuentro entre personas que fundamenta nuestra vida y nos ilumina el misterio del mundo y del hombre. O lo que es igual, la fe es una mezcla inseparable de fe personal y de fe afirmativa. Como dice Santo Tomás " ad fidem pertinet aliquid et alicui credere", " corresponde a la esencia de la fe, creer algo y a alguien" (14).




(7) Cf H.FRIES, Teología Fundamental, Barcelona, Edit Herder, 1987, pgs 24-28
(8) DH 3008
(9) SAN AGUSTÍN, In Johannis evangelium, 29, 6.
(10) SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis 5. Sobre la fe y el símbolo
(11) Id. 10, PG 35, 518
(12) SAN BUENAVENTURA, Itinerarium mentis in Deum, 4.
(13) VATICANO II, Dei Verbum, 5
(14) S. Th II-II, q. 129, a.6.



PS: Bien sé que es larguísimo lo que he escrito hoy, pero es para compensar los días que voy a estar de vacaciones sin escribir.

Un abrazo a todos.



2 comentarios:

  1. Hola, Andy. El inicio del post refleja muy bien la realidad de mucha gente, hoy en día: es una especie de deísmo difuso, quizá un Ser Supremo que se parece a Jesús. Es muy duro decir que, realmente, uno cree positivamente que Dios no existe, eso es algo tremendo, un salto en el vacío, tan fuerte como creer que existe. Por eso es fácil caer en lo que describe tu post: se cree en el sentido de no negar a Dios, tampoco se afirma resueltamente, y en cualquier caso sin que eso tenga ninguna consecuencia práctica.

    ResponderEliminar
  2. Exacto Fernando... es una especie de religiosidad difusa o panteísmo... las más de las veces una especie de sincretismo o superchería y, en mi opinión, lo más alarmante de todo que está muy de "moda", el indeferentismo religioso.
    La genta ya no está preocupada por Dios, por lo trascendente... a la gente ya, sencillamente, no le interesa.

    Un abrazo y muchas gracias por comentar!

    ResponderEliminar